lunes, 24 de diciembre de 2007

El rey de los golpistas

Por Horacio Lira Teillery
El sí sabe de silencios ominosos: Juan Carlos de Borbón y Borbón se llama el Jefe de Estado del anacrónico “Reino” de España. Fue elegido por Dios y algunos de sus ángeles(1) para ejercer su alto cargo por el que cobra 9 millones de euros al año(2), lamió con fruición las botas del dictador fascista Francisco Franco, y guardó un cauteloso silencio durante la asonada golpista del coronel Tejero(3).
Poca gente recuerda ya las andanzas del teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero. Menos aún son los que recuerdan los detalles de aquellos acontecimientos que sacudieron a España ese aciago día de febrero de 1981 en que un oscuro y zafio personajillo saltó a la erostrática fama de los criminales(4).
¿Por qué el señor Jefe de Estado español se sintió tocado por las palabras del Presidente Chávez, en circunstancias que estas no estaban referidas a su mayestática persona? ¿Por qué este noble caballero se siente interpelado por la palabra FASCISTA?
Era el 23 de febrero de 1981. A las 18 horas comenzaba la ceremonia de elección del nuevo Primer Ministro, Sr. Leopoldo Calvo Sotelo(5), la que fue abruptamente interrumpida por la violenta irrupción de un grupo de guardias civiles armados, quienes mantuvieron secuestrados a todos los diputados del Parlamento Español hasta altas horas de la madrugada, mientras esperaban los resultados obtenidos por el resto de los conjurados en Valencia y Madrid, principalmente. ¿Qué hizo mientras tanto el Príncipe Campanita(6), a esas alturas ya auto investido Rey por mandato divino? En lugar de usar inmediatamente los medios de comunicación públicos para desautorizar a los facciosos, guardó silencio durante ¡SIETE HORAS! y recién entonces -disfrazado de generalísimo de las Fuerzas Armadas-, anunció que el golpe había sido conjurado. En realidad, los generales Armada y Milans del Bosch habían fracasado en su intento de arrastrar a las unidades militares bajo su mando.
El señor de Borbón y Borbón sabe callar cuando la prudencia lo aconseja, y por eso es que la prensa de la oligarquía chilena -con El Mercurio(7) a la cabeza- e hispano americana, se refocila con la perentoria orden de callar que le espetó a Chávez.
Debió haber dicho: “¿Por qué no actúas cobarde y mezquinamente? ¡¿Por qué no te callas como yo?!”
1- Los del ala derecha del Coro celestial, pues al resto ni siquiera se le preguntó. Lucifer contó los votos.
2- Algo así como 18 millones de pesos chilenos diarios.
3- Malas lenguas insinúan que su silencio fue más de complicidad que de cautela.
4- Erósrato era un pobre diablo de la Antigüedad que para hacerse famoso no halló nada mejor que incendiar el Templo de Artemisa en la ciudad de Éfesos. Su nombre se usa en referencia a quienes se hacen célebres por su estupidez o por sus crímenes.
5- Si este nombre no le recuerda algo al lector, sepa que el líder del sedicioso partido monárquico -ajusticiado durante la República-, se llamaba José Calvo Sotelo. Era su tío.
6-Le decían así por el sonido de las campanas: ton-tin, ton-tin.
7-Este diario, conocido también como El Perjurio, forma parte de la red de desestabilización de los gobiernos democráticos de Suramérica. Se caracteriza por llevar la batuta de la maledicencia contra todo lo que huela a intereses populares.

sábado, 8 de diciembre de 2007

Elementos de la filosofía socialista para una interpretación de libertad

Por Moisés Escobar Bahamondes
Cuando hablamos de libertad, debemos argumentar su fundamento, en que soportes puede ser sostenida. Cuando argumentamos en pro de la libertad por regla general lo hacemos partiendo de la creencia de ser libres, es decir, del testimonio registrado en nuestra conciencia de ser libres, la confianza en que todos nuestros actos y decisiones las hemos sopesado y adoptado por nosotros mismos. La idea fue refutada hace cuatro siglos por Baruch Spinoza. Así mismo acudimos a argumentos de índole político-social para justificar, tal como la existencia empírica de instituciones que precisan de la libertad humana para su constitución.
La libertad hasta ahora es una creencia. No sabemos a ciencia cierta si somos libres o estamos determinados. Por ahora dejaremos este punto en estado suspensivo, realizaremos un necesario paréntesis hasta el momento idóneo para desarrollarlo con mayor profundidad.
Si no podemos fundar la libertad en algún respaldo, al menos intentemos definirla, cosa más sencilla que incursionar en la búsqueda de su hontanar. Por libertad consideraremos la facultad -históricamente creída por los hombres- de elegir entre diversas alternativas que se presentan, de manera autónoma, con conciencia por parte del hombre de las circunstancias reales que las rodean. En otras palabras, la libertad viene directamente concatenada al conocimiento que tengamos de lo a-elegir, es decir, de la serie de condiciones no determinadas por el individuo. Ahora, un concepto radical de libertad, sería no sólo el de elegir entre las opciones que determinadas circunstancias imponen al sujeto, sino también el conocimiento orientado para cambiar dichas circunstancias, de modo que se puedan abrir nuevos senderos por y para la humanidad.
El concepto aporta un elemento importantísimo, que es el del conocimiento. Para elegir entre las alternativas dadas por el sistema de condiciones impuestas súper-individualmente, se debe tener asumidas o al menos por conocidas las reglas -por básicas que sean- de tráfico mutuo, es decir, las reglas del juego, la normatividad básica a la cual debe someterse, siendo impuesto aún sin que la voluntad del sujeto mediara. Para superar así mismo las circunstancias, se debe tener conciencia de todas éstas y de su sistema de relaciones.
El hombre hasta ahora sigue siendo un ser determinado, en cuanto ser enajenado inconciente de dichas circunstancias, pues sólo es conciente de las ideologías que rodean a la circunstancia misma, es decir, capta de un modo invertido el objeto, no asume para sí el objeto, sino la ideologización de este. Ello se manifiesta por ejemplo en la publicidad, la propagánda política y el marketing, tres formas de generar una falsa imagen, un concepto invertido de la realidad y de las necesidades en el capitalismo. En dicho estado el sujeto se encuentra mutilado de su subjetividad misma, pasa él a ser objeto de estructuras que le vencen, objeto de un poder ajeno que se muestra invencible como el Cáucaso a Prometeo encadenado. La subjetividad, es decir, la cualidad del sujeto histórico implica aptitud de transformar la realidad y de superar las circunstancias, pero dicha praxis se ve imposibilitada sin conciencia del objeto a transformar.
En cuanto toma conciencia no sólo de las reglas de tráfico mutuo y de las ideologías que rodean a ellas y al objeto, sino de las circunstancias mismas, del objeto mismo, y de la relación real, el hombre se libera como individuo, y si actúa para cambiarlas, hay no sólo una transformación intracraneal, una iluminación respecto al mundo, un reflejo basto del mundo en la conciencia, sino una conciencia universal de la humanidad, que le posibilita la destrucción y liberación de dichas circunstancias -y la implantación de unas nuevas más acordes con el desarrollo del hombre para el hombre-. Esto se hace manifiesto al observar procesos históricos de revolución social, en los que las clases triunfadoras remueven las instituciones, las trabas políticas, jurídicas y económicas. La revolución es el acto de libertad del hombre en cuanto ser genérico, en cuanto especie. Ahora, sólo una revolución será liberación para la humanidad en cuanto las trabas todas sean removidas, y como condición para esta revolución, se necesita que de una vez los hombres adquieran conciencia total de las condiciones de su dominación, así como de los medios para su liberación.
Las escuelas escocesa y autríaca promueven una actitud de quietismo y de conformidad con las condiciones sociales, políticas y jurídicas, las legitima bajo el velo de supuesto “orden natural”, siendo que dicho orden ha sido creado por hombres, y no por cualquier clase de hombres, sino por hombres participantes de un movimiento social, de un proceso histórico, y pertenecientes a una clase social y a un bloque histórico identificable, la burguesía. Cuando dicen los liberales y neoliberales que el hombre ya es libre, sólo lo observan bajo la perspectiva de las condiciones actuales generadas, de circunstancias impuestas por la clase burguesa. Cuando hablan de conciencia del mundo, lo hacen desde su propia conciencia, desde su propia forma de ver el mundo, cuestionando e “historificando” lo pasado, y des-historificando el presente, legitiman la estructura social, su proyecto de dominación y las condiciones de vida actual. El sujeto sólo adquiere conciencia revolucionaria –es decir conciencia real y práctica- al criticar la estructura burguesa, transformando su status cultural, desde un estado perenne, a un momento superable de la historia humana, y actuando como sujeto revolucionario, es decir, ser lo que se piensa, actuar de acuerdo a la conciencia real.
En conclusión, la enajenación mantiene al hombre determinado dentro del marco que le ha sido impuesto por el régimen social. La libertad en este caso, sólo puede entenderse, partiendo de su propia conciencia, como elección de lo que ya ha sido impuesto al sujeto por un poder ajeno. En cambio si se entiende desde una nueva conciencia, la libertad sólo puede entenderse racionalmente como práctica revolucionaria.[1]
Enajenación es el estado en que el hombre se halla; al estar dominado por un poder ajeno, al encontrarse envilecido por una falsa conciencia, y por consiguiente no les deja conocer más allá de la imagen que ese poder ajeno le hace patente sobre el objeto, conservandole en ignorancia respecto de las circunstancias reales. Bajo esta perspectiva, la libertad como decíamos anteriormente, es sólo un elegir entre alternativas ya impuestas. Ir más allá de éstas implica habitar en un estado de segregación, de rechazo, un estado antisocial. Nos enseñan desde la familia y la escuela a comportarnos según las pautas, a seguirlas, a no cuestionar; pero al mismo tiempo, siempre uno que otro individuo falla y pasa a encabezar las filas de los enemigos del sistema. Para estos existe un régimen especial de enfilamiento, de cuadración, de resocialización, de reeducación, de readaptación. Parte de este aparato son las clínicas psiquiátricas, las cárceles y la misma marginación del trabajo de muchos intelectuales críticos, así como la segregación del sistema político de los partidos que promueven una alternativa revolucionaria. Conforme a esta práctica de reeducar al desviado, esta ortopedia social opera introyectando e imponiendo al sujeto -ahora objeto de reeducación- una serie de pautas conductuales de modo que este olvide su anterior rebeldía, su pasada disidencia, y asuma para sí todo el contenido para él formulado en normas de sana convivencia y de bien común, todas estas elaboradas por los alquimistas de la ideología, los jenizaros del capital, los operadores de la ortopedia social, los pedágogos, criminólogos, psicólogos, funcionarios del magisterio punitivo, periodistas, "trabajadores sociales" y toda la gama de profesionales y técnicos "humanistas" y de las ciencias sociales que se ven constreñidos a laborar en dichos puestos debido a la falta de demanda de mano de obra para estas profesiones. Así mismo este sistema de selección de "predicadores y capellanes de la ideología" se impone sobre personas que tienen una especial sensibilidad de izquierda, lo cual le resta a las fuerzas revolucionarias cuadros importantísimos.
El liberalismo promueve un ámbito de libertades tanto públicas como privadas. Dentro de las primeras, consideramos los derechos de asociación y de creación de partidos políticos, de reunión, de participación en el escenario político, de opinión, libertad de prensa, de información y de educación, entre otras. En el ámbito privado, tenemos la libre contratación, la libre adquisición de la propiedad y la libre disposición, uso y goce de la propiedad (derecho de propiedad), entre otras. Lo que hacen es declarar ciertos derechos y libertades a través de un marco jurídico objetivo (codificación y constitucionalismo), y generar mecanismos judiciales y administrativos para su garantía efectiva. Separan al hombre ciudadano del hombre privado, separan derecho privado del público, cercenan la realidad entre un ámbito ideal donde todos somos iguales[2], del ámbito de las relaciones privadas, donde reina la ley del más fuerte. Por cierto que gracias a las luchas emprendidas por la clase proletaria a fines del siglo XIX y por todo el XX, se establecieron mecanismos jurídicos que permitían a esta clase reconocimiento en el derecho y entrar en un plano de relativa igualdad con la burguesía al menos en lo referente al derecho del trabajo. Sin embargo, debido a la reacción neoliberal de los últimos 30 años, tales conquistas han sido en su mayoría destruidas -ayudada la clase dominante por un ejército de intelectuales y militares golpistas- y peor aún, la permanente unión del proletariado se ha desmantelado, implantando el tipo ideal consumista y competitivo.
Como vemos, el derecho privado nos muestra un mundo ideal de individuos que contratan entre sí con libertad y plena conciencia de las circunstancias que lo rodean. El derecho público nos muestra un mundo igualmente ideal en que los hombres participan con igualdad de condiciones y con plenas libertades públicas.
Marx considera al hombre como un ser libre, como un fin en sí mismo, y la gran diferencia con los otros filósofos ilustrados[3] es que se propone realizar estos postulados procedentes de la ilustración en la realidad misma del hombre. No se queda en los discursos y las palabras, sino llama a la acción. La dignidad humana no tiene tiempo de espera, hay que acudir en su ayuda. Así mismo, considera que la libertad humana es hasta tal punto la esencia del hombre, que hasta sus oponentes lo comprenden. Ningún hombre lucha contra “La” libertad; en todo caso, lucha contra la libertad de otros. El hombre para Marx es hasta tal punto fin en sí mismo, y no un medio útil para realizar un fin, que amplia tal concepción, afirmando que la naturaleza humana del hombre nunca debe convertirse en medio para la existencia individual. Es por ello que el socialismo es el orden social en que el hombre socializado, los productores asociados regulen racionalmente su intercambio de materias con la naturaleza, lo pongan bajo su control común en vez de dejarse dominar por él como un poder ciego. Todo lo contrario al “socialismo real soviético”, al Estado benefactor y al “capitalismo real”, que es el neoliberalismo.
Está claro que la libertad “ya existe”. En realidad existe desde que el hombre existe. En algunas épocas ha existido como privilegio especial de la nobleza, en otras como fuero frente al poder real, en otras como revolución contra el orden establecido que impide o coarta la libertad, en otras como despotismo autoritario (el único libre es el rey), y en otras como derecho universal. Todas estas son diversas formas, manifestaciones político-jurídicas de como la libertad ha existido en la historia del hombre. ¿Entonces que pretenderá el socialismo si la libertad ya existe como un derecho universal en los diversos textos de garantía? Pues justamente que el acto mediante el cual el hombre produce su propia vida -el trabajo- sea libre. Toda actividad transformadora de la realidad, toda actividad productiva del hombre, toda praxis, son para él trabajo, y son siempre relaciones mutuamente transformadoras entre la naturaleza y los hombres, y también entre los hombres mismos. En la realización de dichas actividades, el hombre se siente viviendo como hombre. No sirve de nada la racionalidad si no es empleada, la capacidad de amar si no se realiza en un acto de amor hacia un objeto amado, el intelecto si es aplicado, el trabajo si no es ejercido para cambiar el mundo y al sujeto mismo. No basta con que el hombre tenga en abstracto dichas “capacidades”, debe realizarlas para realizar su ser como hombre. De ahí podemos atisbar la herencia hegeliana en sus escritos, el sentido que le da a la libertad no como un estado natural al sujeto, sino como conquista y resultado de una lucha.
De todos modos cabe señalar; para que estas manifestaciones del ser humano realmente sean sus manifestaciones auténticas, una exteriorización de su ser, éstas deben ser desenajenadas es decir, que agoten su fin en sí mismas y no se transformen en medios para otros fines. No es lo mismo el amor que la prostitución, el trabajo asalariado que el trabajo creador, el arte para ganar dinero o el sometido a mecenazgo que el arte para sí. A fin de cuentas, toda manifestación del hombre debe completar su fin en él mismo, y no estar sometidas a un poder extraño al mismo hombre. Estas manifestaciones son el modo de existir del hombre en el mundo. Un hombre no manifestado en hombres como en objetos, es un hombre que está fuera del hombre, un hombre fuera del mundo, una muerte prematura. El hombre pleno es aquel que maneja sus fuerzas y potencialidades inherentes concientemente y de forma creadora, como verdaderas manifestaciones de su ser. En esta expresión de energías humanas, el hombre cambia su mundo, lo humaniza, así como también el mismo se ve transformado por el objeto de su obra. Él ya no es el mismo, y el mundo tampoco lo es.
En la sociedad burguesa la necesidad de dinero abarca y acalla toda otra necesidad. Se transforma en moneda de cambio de toda manifestación y potencia creadora del hombre. El dinero hace del feo hermoso, del odiado amado, del mezquino generoso, del ignorante sabio. Toda expresión creadora del hombre en esta sociedad sólo crea valor, valor que es intercambiable por otras manifestaciones. Es la prostituta universal[4].
Marx no se dirige a la “libertad de”, sino a la “libertad para”, es decir, escapa de la mera declaración o reconocimiento de libertades jurídicas sino pretende algo más radical, que existan las condiciones de vida reales para que el individuo pueda realizar su libertad. Para que existan dichas condiciones de vida que permitan el despliegue humano, es forzoso generar un sistema de producción, una base económica que permita al hombre hacer de la vida su dedicación principal y no hacer de la subsistencia individual su principal dedicación, como ocurre hasta nuestros días, donde el trabajo para gran parte de la población es trabajo forzado,[5] siendo toda esta realidad ocluida y velada por la posición ideológica que plantea al hombre sólo motivado por sus afanes más groseros y subcorticales, reduciéndolo todo al principio de la utilidad, en las llamadas leyes de mercado, y que en el mundo social debe ser constreñido, compulsado por sus necesidades, las cuales son bien manejadas por sus sicofantes, los sacerdotes de la publicidad.
Para la consecución de este fin al cual denomina comunismo, es necesario un proceso previo de avance científico y técnico que permita al hombre adquirir conciencia certera de la naturaleza y que le permita sacarle partido a sus potencialidades. Este avance ya está en proceso vertiginoso de aceleración desde la revolución industrial, que es la primera y más permanente aplicación de la ciencia moderna a la actividad productiva.
Por otro lado, aboga por un hombre que tenga conciencia de las circunstancias, por un hombre multidimensional, y no el unidimensional del que habla H. Marcuse a propósito del consumidor-trabajador.
[1] III Tesis sobre Feuerbach, Carlos Marx, Apéndice de “Ludwig Feuerbach y el fin de la Filosofía clásica Alemana”, Federico Engels, Ediciones en lenguas Extranjeras, Moscú, URSS.
[2] Hasta hace poco esto siquiera fue efectivamente respetado, a través del sufragio censitario, la prohibición para la mujer de votar, ilegalización de agrupaciones políticas proletarias, prácticas de cohecho, Golpes de Estado a gobiernos democráticos y socialistas, etc.
[3] Recordemos que gran parte de los “ilustrados” franceses eran como Voltaire deterministas y como Diderot mecanicistas.
[4] William Shakespeare, Timón de Atenas, , Editorial Planeta, impreso por Rodesa, Madrid España, 2000.
[5] Carlos Marx, Manuscritos económico-filosóficos, apéndice de “Marx y su concepto del hombre”, Erich Fromm, primera edición en español 1962, decimonona reimpresión 2005, traducción de Julieta Campos, Fondo de Cultura Económica, México.

Las amarras que nos condenan a una mala educación. LOCE

Por Felipe Reyes
Su nacimiento
El 10 de marzo de 1990, es decir, un día antes de que Augusto Pinochet abandonara el poder, la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza (LOCE) fue promulgada por la junta militar de gobierno, la cual vendría a asegurar y perfeccionar todo un conjunto de políticas partes de un modelo económico que determina hasta hoy todas las relaciones que se dan en la sociedad chilena. Pero como se dijo esta ley no nace de la nada y como tantas leyes dictatoriales tiene su prehistoria. En rigor, ésta es el resultado de toda una década de reformas, que arrancó con la Ley de Subvenciones de 1981, continuó por varios años con la municipalización de la educación y culminó en la LOCE como la consagración de toda una lógica libremercadista de la educación y que abrió las puertas a la educación como negocio, desde la escuela básica hasta la universidad.
La situación actual
El problema de la educación es un problema que afecta a la totalidad del marco normativo vigente, del cuál la LOCE es solo una parte. Dicho marco normativo encabezado por la Constitución de 1980, define un concepto de educación bajo principios liberales eximiendo de responsabilidades al Estado. Ejemplo de esto es al articulo 19 nº 10 inc.2 de nuestra carta fundamental el cual exime de toda responsabilidad en la labor educativa al estado entregándolo “preferentemente” a los padres, es decir: padres que no posean recursos... hijos que no recibirán educación, y si llegase a recibirla esta será necesariamente de mala calidad.

Contradicción libertad de enseñanza - derecho a la educación
La primera constatación respecto de los supuestos que subyacen a la ley es la preeminencia de la libertad de enseñanza por sobre el derecho a la educación. Donde nuestro marco normativo hace prevalecer la libertad por sobre el derecho. Este último es desarrollado extensamente en la constitución (Art. 19 nº 11) al contrario del ambiguo pero determinante seudo-derecho a la educación que concibe el 19 nº 10 de ésta misma ley.
El supuesto se revela en los primeros artículos de la LOCE, artículos que fundamentan, de hecho, la posición oficial respecto del rol de Estado frente a la educación, donde se establece, entre otras cosas, lo siguiente:
"Corresponde preferentemente a los padres de familia el derecho y el deber de educar a sus hijos; al Estado, el deber de otorgar especial protección al ejercicio de este derecho" (Art. 2)
"El Estado tiene, asimismo, el deber de resguardar especialmente la libertad de enseñanza" (Art. 3)
Esto se ve reafirmado en la Constitución donde se establece que:
"Es deber de la comunidad contribuir al desarrollo y perfeccionamiento de la educación" (Art. 19 nº 10).
Lo señalado supone, por un lado, que la responsabilidad social de la educación es traspasada al individuo, por ende se convierte en un problema privado, o a la comunidad en sentido amplio, desentendiéndose el Estado de ello. Por otro lado, practicar la libertad de enseñanza implica tanto la libertad de poseer un establecimiento educacional (ser sostenedor sin más trabas que tener el cuarto año medio cumplido y un capital para invertir) como la libertad para orientar los contenidos de la enseñanza, sin mayor regulación. El Estado se presenta como una entidad subsidiaria de la educación, garante de las condiciones para el cumplimiento de la responsabilidad por parte de los privados (familias y sostenedores) en lugar de asumir la responsabilidad él mismo. Es decir, el Estado se desentiende de su rol fundamental de sostenedor social de la educación.

La importancia de la LOCE para los niños de Chile
Esta ley impuesta autoritariamente agudizó rápidamente el proceso privatizador que venia produciéndose en Chile y, como se dijo, aceleró de forma óptima la privatización de la educación en todos sus niveles, tanto dentro como fuera de las universidades, lo cual significó que la gran mayoría de las familias del pías, hasta ahora, no puedan optar a una educación de calidad para sus hijos.
Veamos por ejemplo la situación de un niño cuya madre y/o padre perciben como salario el sueldo mínimo. primero y necesariamente deberá asistir a una escuela municipalizada donde la educación es claramente nefasta producto de la pésima situación económica de la propia escuela; se ira desarrollando a la vez en un ambiente propio de sectores de escasos recursos donde la droga, la delincuencia y la violencia intra-familiar son cosa de todos los días; los padres vivirán ausentes para el niño producto del régimen laboral explotador que se les impone y que además los mantiene con un salario mínimo de subsistencia; suponiendo que llegase a enseñanza media, en un liceo también municipal, no estará en condiciones para rendir la PSU a diferencia de otro que estudio en un liceo pagado; al final el niño determinado por el conjunto de problemáticas que crea esta sociedad termina por convertirse en lo que el modelo económico quiere, en mano de obra barata.

Conclusión
La mencionada ley, como se ha demostrado anteriormente, deja al estado totalmente desentendido de su rol fundamental del desarrollo de nuestra educación, dejando a la familia como el único ente responsable económicamente en la educación de sus hijos, puesto que el gobierno sólo dará pequeñas ayuditas a través de créditos y becas sin tomar el rol protagonista, en nuestro desarrollo, que le corresponde. Lo cual conlleva, lógicamente, a una mercantilización del derecho humano a la educación digna y de calidad.
Debemos entender que el primer paso par construir un país justo, con una educación digna para todos, donde el ingreso y la condición económica no sea merma para recibir una educación de calidad, es derogar la actual ley orgánica constitucional de enseñanza. De otra manera estaremos siendo cómplices de que cada día que pase, hayan más niños y jóvenes pidiendo en las calles y más padres estresados por no tener dinero para educar a sus hijos.

Crítica a la razón impura y la deshumanidad del prejuicio

Por Felipe Reyes
El vocablo castellano prejuicio es una construcción gramatical que se forma en la conjunción entre el prefijo pre, que entra en la formación de palabras con el significado de antelación, o sea, anterior a ó antes de, etc., y la palabra juicio -del latín iudiciu- que designa comúnmente la operación mental por la que se piensa y/o se expresa un enunciado que consiste en la afirmación o negación de un predicado respecto a un sujeto. Ahora siguiendo este orden no puede consignarse otra cosa, en cuanto al juicio, que aquel, por ser operación mental que afirma o niega un predicado respecto del sujeto, sea una operación racional que busca -en definitiva- la verdad de una cosa o hecho, siempre dependiente de la constatación sobre el facto, es decir, en la percepción sobre los fenómenos constitutivos de la cosa o el hecho; de lo que se sigue que un juicio no puede Ser -como tal- irracional, o sea, fuera de la razón conciente, ya que de existir de este modo no sería sino falso, errado y como se dijo irracional, lo que conducirá inevitablemente a una mala evaluación de la realidad y por ende a la injusticia.
Prosigamos. En cuanto al prejuicio se entenderá que ésta es una composición que por ser del hombre, y por tanto racional, tiende al conocimiento de algún fenómeno objetivo del mundo de la naturaleza o de alguna característica subjetiva del fuero interno del hombre, etc., que estará siempre independiente de toda constatación emperica y que tendrá, por tanto, validez por si misma. En fin desde el punto de vista kantiano diremos que el prejuicio no es más que una categoría a priori del conjunto de los juicios analíticos, es decir, aquellos que carecen de toda constatación empírica y por tanto poseen validez esencial y en donde la verdad se descubre por el análisis de la proposición -o más precisamente- del prejuicio en sí mismo[1]. En definitiva el prejuicio no Es, sino en cuanto composición racional a priori, por lo que aquello que no se base en la razón conciente, es decir en lo propio del hombre, no podrá ser categorizado dentro de un prejuicio, o sea -siguiendo a kant-, en un juicio analítico a priori[2].
Luego bajo esta lógica no puede entenderse otra cosa, que si tras la constatación empírica de la proposición prejuiciosa resulta una antinomia entre estas, que la proposición fue totalmente carente de toda racionalidad y por tanto influida por percepciones foráneas a la razón conciente -que sin duda se tuvieron como tales al momento de constituir el prejuicio- lo cual, llevó a una concepción errada de la realidad y por tanto a la injusticia, si de una persona se tratase.
Ahora si se precisa esta premisa se desprenderá también que el prejuicio en cuanto tal, no fue sino un juicio externo realizado por otro ente racional -que en su posición de poder[3]- influyó en la razón de otro transformando -al otro- no más que en un medio de difusión de ideas y por ende en un objeto, claro esta si entendemos que el hombre-sujeto no es sino un ser de fines, en esto volvemos a seguir a kant.
Es aquí donde la capacidad de razonar del hombre queda completamente anulada, de lo que se seguirá que su humanidad queda totalmente coartada también, al aceptar como verdadero aquello que no ha pasado por su conciencia crítica, quedando más claro aun su carácter de objeto en el cual se le ha convertido, eliminando de raíz aquello que lo hace ser hombre, su razón conciente.
[1] Kant Immanuel, Crítica de la razón pura, 4ta. Edición, edit. Losada, Buenos Aires, 1961
[2] Kant Immanuel, Crítica de la razón pura, 4ta. Edición, edit. Losada, Buenos Aires, 1961
[3] Lo entenderemos aquí como la capacidad de influir en el comportamiento del otro, ya sea en el fuero interno como en el externo.

Acerca de las "Tesis sobre Feuerbach"

Adaptación por Felipe Reyes del trabajo original de Horacio Lira.

La problemática central de las tesis sobre Feuerbach recae sobre el concepto "práctica". No está demás recordar que este término es una castellanización de la palabra griega praxis, y que denota una acción consciente dotada de un fundamento volitivo. No hay praxis donde no hay voluntad consciente, deseo predeterminado, proyecto, concepto de la obra a realizar. Aristóteles señala en su metafísica que la contemplación (teoría) es la praxis más elevada que puede realizar el ser humano. Pero estas palabras de Aristóteles tiene una doble lectura: una simplista y reaccionaria, otra profunda y revolucionaria. Para una, la filosofía reaccionaria, Aristóteles habría querido decir que lo más práctico, es quedarse sentado "contemplando" el mundo. Para nosotros -marxistas leninistas[1]- las palabras de Aristóteles apuntan exactamente hacia la doctrina de Lenin: "No hay práctica revolucionaria sin teoría revolucionaria"; esto es, si la clase trabajadora no ha desarrollado un proyecto, si su accionar en contra de las estructuras de la explotación no es el resultado de una voluntad consciente fundada en la posibilidad real y concreta - "científicamente demostrada" - de subvertir la actual situación de clase. O sea, efectivamente, la teoría está primero; la rebelión de los esclavos en la antigüedad (Espartaco) y de los campesinos en la edad media (Gioachino ni Fiore) no tenían fundamento revolucionario, no eran el producto de una teoría revolucionaria, y por ello no existió una práctica revolucionaria.
No es "práctica" una acción cuyo resultado no se conoce de antemano. Es un hecho demostrado que Espartaco no supo que hacer después de haber derrotado a las legiones romanas. Los esclavos no pueden ser clase revolucionaria porque aun cuando logran alcanzar el poder, aun cuando logran una revolución triunfante, no pueden darle a ésta una continuidad. Por eso los esclavos no tienen "intelectuales orgánicos", y por eso son incapaces de aniquilar las estructuras de clase.
Los trabajadores modernos, en cambio poseen una poderosa arma contra sus opresores: La filosofía marxista a la que Gramsci llamará filosofía de la praxis. Esta Filosofía es "práctica", no porque sea enemiga de la actitud contemplativa de los filósofos, sino porque extrae de ella consecuencias revolucionarias. La actitud contemplativa es -como dice Aristóteles- no sólo tan práctica como cualquier otra acción humana, sino la más práctica de todas, porque sin ellas las demás carecen de fundamentos.
Por eso para los marxistas la primera práctica revolucionaria es la teoría revolucionaria, pues sin ésta "las prácticas revolucionarias" se vuelven estériles. Fundamentar "teóricamente" la revolución es la más elevada praxis revolucionaria.
Pero Marx nos advierte que "las armas de la crítica no sustituyen a la crítica de las armas", es decir, no basta con demostrar lógicamente que se tiene la razón, porque la razón sin la fuerza es impotente. Pero la fuerza sin la razón es ciega, o sea, no es "práctica".
Una teoría cuyo corolario no es la convocatoria a las masas trabajadoras a derribar el orden social vigente, ciertamente no es una teoría revolucionaria. Aunque no lo diga explícitamente, para ser revolucionaria una teoría debe conciliar una adhesión de los oprimidos a una lucha por la liberación, pues no se entiende el hombre libre sino en cuanto lucha por romper la determinación que le impone la superestructura social y comprende su rol transformador de las condiciones que se le imponen, de su rol indefinitiva, revolucionario.
Por esto que entendemos que la filosofía de Hegel en cierto sentido sería revolucionaria. Pero para que la praxis sea revolucionaria, la filosofía debe ser explícitamente revolucionaria. Por esto mismo la filosofía de Hegel no es revolucionaria en un sentido integral y completo, le falta un sentido práctico explícito. Se trata de transformar el mundo, y para ello es menester "producir" la consciencia que será el sujeto de la transformación: He aquí la función que asume la filosofía a partir de Marx.
Así tenemos en conclusión, que desde Marx, teoría sin práctica no es teoría y práctica sin teoría no es práctica.
[1] El autor se refiere a marxista leninista como marxista revolucionario…revolucionario es el que hace la revolución.

martes, 20 de noviembre de 2007

Escuela de Derecho como escuela de cuadros

Por Moisés Escobar

“El humo se pasea como un fantasma que recorre los recovecos y esquinas de la universidad, se impregna en paredes y estatuas como la peste, estas se ensombrecen y con ellas, los rostros marchitos y ojerosos de quinientas criaturas agobiadas”

Desde sus orígenes, la universidad ha sido una institución abocada a la formación de sujetos con conocimientos complejos, un centro de difusión, conservación y generación del tipo de saber inspirador, informante y justificante de la cultura hegemónica. De por sí, la universidad cumple una función reaccionaria, es un instrumento de reproducción de las condiciones materiales e ideológicas actuales. La crítica y la acción, la fuerza impulsora y dinamizadora proviene de los estudiantes -y de unos pocos maestros-, en teoría, pero ya no hay nada que se le parezca, al menos en este palacete de diez mil mosaicos. Las puertas se han cerrado, el ágora está clausurado, hay que hacer política según el pensamiento único, los cambios solo pueden atisbarse desde la óptica de “las nobles prácticas”, hay que aventurarse solo a pequeñas osadías, una que otra revista, una que otra actividad, uno que otro seminario complementan la lista de oportunidades, pero de ahí a poner en peligro y en juicio la mismísima misión que cumple nuestra escuela, hay todo un mar por recorrer hasta Ítaca.
Futuros fiscales, magistrados de judicatura, abogados de toda índole, altos y bajos funcionarios de la administración, políticos profesionales, y uno que otro profesor que conserve la tradición, una caudalosa cascada de cuadros, de piezas de relojería, de engranajes, caen en la laguna turquesa de día, negra de noche, listos y preparados para aplicar sus conocimientos jurídico-políticos e ideológicos, aprendidos en la universidad, en los asientos de cuero, cuerina o simple madera, desde los cuales simples o complejas ordenes se convierten en decisiones, y las piezas de un tablero de ajedrez se moverán racional e inteligentemente.
Desde que entramos hasta que salimos, nos encontramos con asignaturas, materias y profesores, cuyo contenido y preocupación, cuya prima esencia reside en formaros dentro de esta estructura de ideologías dominantes, y para agregar más estiércol al suelo, estamos sometidos a un sistema de calificaciones en las que se prueban si éstas fueron aprendidas por el alumno o no. Es decir, un sistema de reglas y de sanciones predispuesto a juzgar si el estudiante introyectó, asumió para sí aquellos contenidos con ineludible contenido ideológico-político. Acá no critico el ineludible contenido, este siempre estará presente en cualquier saber humano, incluso las llamadas ciencias puras no escapan de cierta ética, de ciertos criterios de valoración y por ende, de determinadas concepciones más o menos sistemáticas de concebir a los hombres, inevitablemente políticas, tales como la eficacia, el egoísmo y la utilidad en la economía. Lo que para mí es deleznable, es que no hiciéramos algo para resistir esta avalancha, y que el rol crítico de los estudiantes, de la juventud, hacia las instituciones y las ideologías, haya sido groseramente vendido por un poco más de tranquilidad y de goce, por una mínima concesión hemos perdido el alma del universitario, y nuevamente el viejo y ya insano humo vuelve a enhollinarla.
Manuel de Rivacoba nos decía en su tiempo a los jóvenes que somos el alma de la universidad, y esto según mi parecer dice relación con que somos una entre tantas fuerzas progresivas catalizadoras de cambios, pues en nosotros confluyen dos elementos que por muchas épocas de la historia han estado divorciados; por un lado, el acceso al conocimiento y a los sistemas interpretativos de la realidad, y por el otro, ser un grupo ignorado, no considerado por la cultura dominante, necesitado y por ende, rebelde. Insitos en el se encuentran los elementos cognoscitivos y volitivos, substratos explosivos para demoler una forma de sociedad que nos excluye y de la cual no nos sentimos partícipes en sí, sino como meras piezas funcionales.
La teoría crítica en nuestras manos, no es una amenaza y un peligro para la conservación del statu quo, de hecho nos es enseñada de manera descriptiva, o más bien, despectiva y es por ello que no se hace necesario mantenernos extraños a ésta, basta simplemente con mantenernos advertidos. Si conocer la teoría crítica es ya un desafío, generar acciones inspiradas en ésta causa pavor en la elite académica y económica, especialmente cuando éstas se realizan y confirman en su valuarte institucional, la universidad. Sin embargo cuando los estudiantes salen de la universidad, toda esta amalgama de conocimientos políticos adquiridos no tanto por la formación oficial, sino más bien por las prácticas en organizaciones de izquierda, se pierde progresivamente al ingresar al sistema de administración y de coerción estatal, así como aquellas sin esa índole, pero funcionales al régimen hegemónico de organización social, y por ende, político y cultural. ¿Qué les podemos pedir a personas que han ingresado a la universidad con el único horizonte de ser buenos jueces, buenos fiscales, buenos oficinistas? Abandonar la carrera está fuera de discusión, no es una opción, no estaríamos charlando sobre el rol de las escuelas de derecho, diríamos todos “iros a filosofía!!”
La pregunta adecuada es la siguiente, ¿Cómo preservar nuestra posición de ciudadanos críticos y activos, en otra palabra, revolucionarios, dentro de un aparato que demanda fuerza de trabajo leguleya cada día más proletarizada, es decir, menos autónoma y donde la posibilidad de realizar proyectos independientes e inclusive contrarios a ese sistema, se ven amenazados? Labor primordial e imperativo para la acción consiste en denunciar, tal como lo hizo el profesor Rivacoba, la orientación política que envuelve toda actividad jurídica, ya sea su producción, interpretación (ius dicere) , aplicación y más aún, su enseñanza (ius docere).
El problema ya se ha planteado en generaciones pasadas, así los jóvenes franceses ante la revolución que paralizó el país galo en 1968, en palabras de Michel Foucault, destruyeron la universidad del siglo XIX, y dieron paso a la universidad del siglo XX y XXI, es decir, el proceso de una institución que filtraba ciertos elementos de la juventud para transformarla en una elite intelectual, a una que masifica el acceso al saber oficial y genera un ejercito permanente de cuadros técnico-profesionales, intelectuales pertenecientes a la orgánica estatal y funcionarios varios para la administración del poder privado y público. En esta lógica, en este nuevo orden, nosotros los estudiantes de derecho nos situamos. La universidad se transformó según los requerimientos de una naciente fase de desarrollo del capitalismo como modo de producción, distribución e intercambio y, forzosamente como sistema de organización social y político, esquema al cual ésta pertenece. El surgimiento y reconocimiento legal de universidades privadas, el proceso de transformación de la política de los estudiantes a la monolítica de los alumnos, el mantenimiento y perfeccionamiento de la estructura vertical de transmisión del saber, todos estos “hechos” pueden explicarse si son concatenados y relacionados con el devenir del sistema social.
Lo principal que nos reúne en esta charla mediada por un papel, no es el planteamiento racional del problema, hay personas para mi conocidas que lo harían mejor, no cabe duda alguna. Lo perentorio consiste en su superación.
El arma de la crítica no puede sustituir ni superar la crítica por las armas…. nos decía en 1842 Marx en su Crítica a La Filosofía del Derecho de Hegel, con este pasaje el joven pensador renano intenta superar la crítica teórica, la mera crítica académica, pues ésta sólo puede transformarse en una fuerza que cambie en el presente y para el futuro una sociedad, si la teoría se hace praxis. La crítica teórica tiene fuerza histórica en cuanto exista una fuerza material, un grupo humano, una clase de hombres que se empodere de ella. No hay teoría sin praxis ni praxis sin teoría.
Pienso que como personas de izquierda debemos actuar como tales, generando una crítica que se supere como práctica política, o mejor dicho, adoptando una práctica crítica transformadora tanto de las instituciones como de las ideologías. Esta labor en nuestra carrera se ve en parte facilitada por el conocimiento que tenemos de la superestructura jurídico-política, pero al mismo tiempo, esta forma de saber en algunos entorpece una labor revolucionaria, pues el régimen interno de materias es de suma exigencia, y demanda tiempo y dedicación por parte de nosotros.
La carrera nos entrega valiosos elementos, nos informa de la estructura jurídica de nuestra sociedad, y en fin, nos desvela los engranajes y piezas en las que ésta se sostiene, como un reloj sincronizado. Urge rescatar este conocimiento, esta forma de saber, y utilizarlo como herramienta de crítica y práctica política. Sólo así contribuiremos a los fines que nos exigen las más altas aspiraciones del hombre, la destrucción la sociedad de clases, el fin de la explotación del hombre por el hombre, la más absoluta libertad para crear y desplegar las fuerzas humanas, fuera de toda coerción externa y de toda opresión.
El individuo está siempre sometido a lo largo de su existencia a una gran variedad de elecciones, pero no hay más importante, que aquella en que optamos por la posición a ocupar en la historia, a fin de cuentas, cual va a ser el concepto del hombre que queremos generar para el porvenir, y en ésta, hay sólo dos alternativas; O trabajamos por cambiar su curso, o nos quedamos sentados en el living esperando el inevitable ocaso. Es decir, para ser reaccionario, basta con mantener la conducta esperada dentro del marco fijado por las clases dominantes. El quietismo es el sentido común, la religión natural de la sociedad burguesa, la filosofía del pueblo, la conducta que esperan de nosotros. Tras este aparente y autónomo sentido común, a modo de fondo velado por una cortina, se hallan las distintas superestructuras, los sistemas jurídico-políticos, las religiones oficiales, los complejos sistemas filosóficos, en otras palabras, la totalidad de ideologías dominantes que están divorciadas del pueblo todo, y al ser incomprensibles para éste, se traducen para "la masa" bajo la forma de coerciones del poder estatal, "usos sociales", patrones de conducta, reglas de familia y sentido común. Y tras este muro, fundándolas, están las relaciones de poder entre los diversos grupos, relaciones y grupos que se hallan condicionadas en su existencia y conflicto por un determinado modo de producción, superable sólo por la acción concreta de aquellos sobre cuya espalda otros disfrutan y explotan.
Frases solo combaten y eliminan frases. Sólo con hechos se cambian y eliminan hechos, realidades concretas.
Por ello es engañosa la ideología de los héroes, y tan conveniente les es a los canales de televisión, dependientes de las finanzas empresariales, mostrar la imagen al pueblo de que ellos fueran los gestores de la historia, excluyendo al nuevamente detestado y engañado pueblo, induciendo el quietismo en sus conductas, adoptando la falsa conciencia de que ellos, como “gente común” no son capaces de hacer por sí mismos la historia, de hacer ellos mismos su vida, y que tendrán que esperar la tutela moral y política de los héroes, de los líderes.