Cuando hablamos de libertad, debemos argumentar su fundamento, en que soportes puede ser sostenida. Cuando argumentamos en pro de la libertad por regla general lo hacemos partiendo de la creencia de ser libres, es decir, del testimonio registrado en nuestra conciencia de ser libres, la confianza en que todos nuestros actos y decisiones las hemos sopesado y adoptado por nosotros mismos. La idea fue refutada hace cuatro siglos por Baruch Spinoza. Así mismo acudimos a argumentos de índole político-social para justificar, tal como la existencia empírica de instituciones que precisan de la libertad humana para su constitución.
La libertad hasta ahora es una creencia. No sabemos a ciencia cierta si somos libres o estamos determinados. Por ahora dejaremos este punto en estado suspensivo, realizaremos un necesario paréntesis hasta el momento idóneo para desarrollarlo con mayor profundidad.
Si no podemos fundar la libertad en algún respaldo, al menos intentemos definirla, cosa más sencilla que incursionar en la búsqueda de su hontanar. Por libertad consideraremos la facultad -históricamente creída por los hombres- de elegir entre diversas alternativas que se presentan, de manera autónoma, con conciencia por parte del hombre de las circunstancias reales que las rodean. En otras palabras, la libertad viene directamente concatenada al conocimiento que tengamos de lo a-elegir, es decir, de la serie de condiciones no determinadas por el individuo. Ahora, un concepto radical de libertad, sería no sólo el de elegir entre las opciones que determinadas circunstancias imponen al sujeto, sino también el conocimiento orientado para cambiar dichas circunstancias, de modo que se puedan abrir nuevos senderos por y para la humanidad.
El concepto aporta un elemento importantísimo, que es el del conocimiento. Para elegir entre las alternativas dadas por el sistema de condiciones impuestas súper-individualmente, se debe tener asumidas o al menos por conocidas las reglas -por básicas que sean- de tráfico mutuo, es decir, las reglas del juego, la normatividad básica a la cual debe someterse, siendo impuesto aún sin que la voluntad del sujeto mediara. Para superar así mismo las circunstancias, se debe tener conciencia de todas éstas y de su sistema de relaciones.
El hombre hasta ahora sigue siendo un ser determinado, en cuanto ser enajenado inconciente de dichas circunstancias, pues sólo es conciente de las ideologías que rodean a la circunstancia misma, es decir, capta de un modo invertido el objeto, no asume para sí el objeto, sino la ideologización de este. Ello se manifiesta por ejemplo en la publicidad, la propagánda política y el marketing, tres formas de generar una falsa imagen, un concepto invertido de la realidad y de las necesidades en el capitalismo. En dicho estado el sujeto se encuentra mutilado de su subjetividad misma, pasa él a ser objeto de estructuras que le vencen, objeto de un poder ajeno que se muestra invencible como el Cáucaso a Prometeo encadenado. La subjetividad, es decir, la cualidad del sujeto histórico implica aptitud de transformar la realidad y de superar las circunstancias, pero dicha praxis se ve imposibilitada sin conciencia del objeto a transformar.
En cuanto toma conciencia no sólo de las reglas de tráfico mutuo y de las ideologías que rodean a ellas y al objeto, sino de las circunstancias mismas, del objeto mismo, y de la relación real, el hombre se libera como individuo, y si actúa para cambiarlas, hay no sólo una transformación intracraneal, una iluminación respecto al mundo, un reflejo basto del mundo en la conciencia, sino una conciencia universal de la humanidad, que le posibilita la destrucción y liberación de dichas circunstancias -y la implantación de unas nuevas más acordes con el desarrollo del hombre para el hombre-. Esto se hace manifiesto al observar procesos históricos de revolución social, en los que las clases triunfadoras remueven las instituciones, las trabas políticas, jurídicas y económicas. La revolución es el acto de libertad del hombre en cuanto ser genérico, en cuanto especie. Ahora, sólo una revolución será liberación para la humanidad en cuanto las trabas todas sean removidas, y como condición para esta revolución, se necesita que de una vez los hombres adquieran conciencia total de las condiciones de su dominación, así como de los medios para su liberación.
Las escuelas escocesa y autríaca promueven una actitud de quietismo y de conformidad con las condiciones sociales, políticas y jurídicas, las legitima bajo el velo de supuesto “orden natural”, siendo que dicho orden ha sido creado por hombres, y no por cualquier clase de hombres, sino por hombres participantes de un movimiento social, de un proceso histórico, y pertenecientes a una clase social y a un bloque histórico identificable, la burguesía. Cuando dicen los liberales y neoliberales que el hombre ya es libre, sólo lo observan bajo la perspectiva de las condiciones actuales generadas, de circunstancias impuestas por la clase burguesa. Cuando hablan de conciencia del mundo, lo hacen desde su propia conciencia, desde su propia forma de ver el mundo, cuestionando e “historificando” lo pasado, y des-historificando el presente, legitiman la estructura social, su proyecto de dominación y las condiciones de vida actual. El sujeto sólo adquiere conciencia revolucionaria –es decir conciencia real y práctica- al criticar la estructura burguesa, transformando su status cultural, desde un estado perenne, a un momento superable de la historia humana, y actuando como sujeto revolucionario, es decir, ser lo que se piensa, actuar de acuerdo a la conciencia real.
En conclusión, la enajenación mantiene al hombre determinado dentro del marco que le ha sido impuesto por el régimen social. La libertad en este caso, sólo puede entenderse, partiendo de su propia conciencia, como elección de lo que ya ha sido impuesto al sujeto por un poder ajeno. En cambio si se entiende desde una nueva conciencia, la libertad sólo puede entenderse racionalmente como práctica revolucionaria.
[1]Enajenación es el estado en que el hombre se halla; al estar dominado por un poder ajeno, al encontrarse envilecido por una falsa conciencia, y por consiguiente no les deja conocer más allá de la imagen que ese poder ajeno le hace patente sobre el objeto, conservandole en ignorancia respecto de las circunstancias reales. Bajo esta perspectiva, la libertad como decíamos anteriormente, es sólo un elegir entre alternativas ya impuestas. Ir más allá de éstas implica habitar en un estado de segregación, de rechazo, un estado antisocial. Nos enseñan desde la familia y la escuela a comportarnos según las pautas, a seguirlas, a no cuestionar; pero al mismo tiempo, siempre uno que otro individuo falla y pasa a encabezar las filas de los enemigos del sistema. Para estos existe un régimen especial de enfilamiento, de cuadración, de
resocialización, de
reeducación, de
readaptación. Parte de este aparato son las clínicas psiquiátricas, las cárceles y la misma marginación del trabajo de muchos intelectuales críticos, así como la segregación del sistema político de los partidos que promueven una alternativa revolucionaria. Conforme a esta práctica de reeducar al desviado, esta ortopedia social opera introyectando e imponiendo al sujeto -ahora objeto de reeducación- una serie de pautas conductuales de modo que este olvide su anterior rebeldía, su pasada disidencia, y asuma para sí todo el contenido para él formulado en normas de sana convivencia y de bien común, todas estas elaboradas por los alquimistas de la ideología, los jenizaros del capital, los operadores de la ortopedia social, los pedágogos, criminólogos, psicólogos, funcionarios del magisterio punitivo, periodistas, "trabajadores sociales" y toda la gama de profesionales y técnicos "humanistas" y de las ciencias sociales que se ven constreñidos a laborar en dichos puestos debido a la falta de demanda de mano de obra para estas profesiones. Así mismo este sistema de selección de "predicadores y capellanes de la ideología" se impone sobre personas que tienen una especial sensibilidad de izquierda, lo cual le resta a las fuerzas revolucionarias cuadros importantísimos.
El liberalismo promueve un ámbito de libertades tanto públicas como privadas. Dentro de las primeras, consideramos los derechos de asociación y de creación de partidos políticos, de reunión, de participación en el escenario político, de opinión, libertad de prensa, de información y de educación, entre otras. En el ámbito privado, tenemos la libre contratación, la libre adquisición de la propiedad y la libre disposición, uso y goce de la propiedad (derecho de propiedad), entre otras. Lo que hacen es declarar ciertos derechos y libertades a través de un marco jurídico objetivo (codificación y constitucionalismo), y generar mecanismos judiciales y administrativos para su garantía efectiva. Separan al hombre ciudadano del hombre privado, separan derecho privado del público, cercenan la realidad entre un ámbito ideal donde todos somos iguales
[2], del ámbito de las relaciones privadas, donde reina la ley del más fuerte. Por cierto que gracias a las luchas emprendidas por la clase proletaria a fines del siglo XIX y por todo el XX, se establecieron mecanismos jurídicos que permitían a esta clase reconocimiento en el derecho y entrar en un plano de relativa igualdad con la burguesía al menos en lo referente al derecho del trabajo. Sin embargo, debido a la reacción neoliberal de los últimos 30 años, tales conquistas han sido en su mayoría destruidas -ayudada la clase dominante por un ejército de intelectuales y militares golpistas- y peor aún, la permanente unión del proletariado se ha desmantelado, implantando el tipo ideal consumista y competitivo.
Como vemos, el derecho privado nos muestra un mundo ideal de individuos que contratan entre sí con libertad y plena conciencia de las circunstancias que lo rodean. El derecho público nos muestra un mundo igualmente ideal en que los hombres participan con igualdad de condiciones y con plenas libertades públicas.
Marx considera al hombre como un ser libre, como un fin en sí mismo, y la gran diferencia con los otros filósofos ilustrados
[3] es que se propone realizar estos postulados procedentes de la ilustración en la realidad misma del hombre. No se queda en los discursos y las palabras, sino llama a la acción. La dignidad humana no tiene tiempo de espera, hay que acudir en su ayuda. Así mismo, considera que la libertad humana es hasta tal punto la esencia del hombre, que hasta sus oponentes lo comprenden. Ningún hombre lucha contra “La” libertad; en todo caso, lucha contra la libertad de otros. El hombre para Marx es hasta tal punto fin en sí mismo, y no un medio útil para realizar un fin, que amplia tal concepción, afirmando que la naturaleza humana del hombre nunca debe convertirse en medio para la existencia individual. Es por ello que el socialismo es el orden social en que el hombre socializado, los productores asociados regulen racionalmente su intercambio de materias con la naturaleza, lo pongan bajo su control común en vez de dejarse dominar por él como un poder ciego. Todo lo contrario al “
socialismo real soviético”, al
Estado benefactor y al “capitalismo real”, que es el neoliberalismo.
Está claro que la libertad “ya existe”. En realidad existe desde que el hombre existe. En algunas épocas ha existido como privilegio especial de la nobleza, en otras como fuero frente al poder real, en otras como revolución contra el orden establecido que impide o coarta la libertad, en otras como despotismo autoritario (el único libre es el rey), y en otras como derecho universal. Todas estas son diversas formas, manifestaciones político-jurídicas de como la libertad ha existido en la historia del hombre. ¿Entonces que pretenderá el socialismo si la libertad ya existe como un derecho universal en los diversos textos de garantía? Pues justamente que el acto mediante el cual el hombre produce su propia vida -el trabajo- sea libre. Toda actividad transformadora de la realidad, toda actividad productiva del hombre, toda praxis, son para él trabajo, y son siempre relaciones mutuamente transformadoras entre la naturaleza y los hombres, y también entre los hombres mismos. En la realización de dichas actividades, el hombre se siente viviendo como hombre. No sirve de nada la racionalidad si no es empleada, la capacidad de amar si no se realiza en un acto de amor hacia un objeto amado, el intelecto si es aplicado, el trabajo si no es ejercido para cambiar el mundo y al sujeto mismo. No basta con que el hombre tenga en abstracto dichas “capacidades”, debe realizarlas para realizar su ser como hombre. De ahí podemos atisbar la herencia hegeliana en sus escritos, el sentido que le da a la libertad no como un estado
natural al sujeto, sino como conquista y resultado de una lucha.
De todos modos cabe señalar; para que estas manifestaciones del ser humano realmente sean sus manifestaciones auténticas, una exteriorización de su ser, éstas deben ser desenajenadas es decir, que agoten su fin en sí mismas y no se transformen en medios para otros fines. No es lo mismo el amor que la prostitución, el trabajo asalariado que el trabajo creador, el arte para ganar dinero o el sometido a mecenazgo que el arte para sí. A fin de cuentas, toda manifestación del hombre debe completar su fin en él mismo, y no estar sometidas a un poder extraño al mismo hombre. Estas manifestaciones son el modo de existir del hombre en el mundo. Un hombre no manifestado en hombres como en objetos, es un hombre que está fuera del hombre, un hombre fuera del mundo,
una muerte prematura. El hombre pleno es aquel que maneja sus fuerzas y potencialidades inherentes concientemente y de forma creadora, como verdaderas manifestaciones de su ser. En esta expresión de energías humanas, el hombre cambia su mundo, lo humaniza, así como también el mismo se ve transformado por el objeto de su obra. Él ya no es el mismo, y el mundo tampoco lo es.
En la sociedad burguesa la necesidad de dinero abarca y acalla toda otra necesidad. Se transforma en moneda de cambio de toda manifestación y potencia creadora del hombre. El dinero hace del feo hermoso, del odiado amado, del mezquino generoso, del ignorante sabio. Toda expresión creadora del hombre en esta sociedad sólo crea valor, valor que es intercambiable por otras manifestaciones. Es la prostituta universal
[4].
Marx no se dirige a la “libertad de”, sino a la “libertad para”, es decir, escapa de la mera declaración o reconocimiento de libertades jurídicas sino pretende algo más radical, que existan las condiciones de vida reales para que el individuo pueda realizar su libertad. Para que existan dichas condiciones de vida que permitan el despliegue humano, es forzoso generar un sistema de producción, una base económica que permita al hombre hacer de la vida su dedicación principal y no hacer de la subsistencia individual su principal dedicación, como ocurre hasta nuestros días, donde el trabajo para gran parte de la población es trabajo forzado,
[5] siendo toda esta realidad ocluida y velada por la posición ideológica que plantea al hombre sólo motivado por sus afanes más groseros y subcorticales, reduciéndolo todo al principio de la utilidad, en las llamadas leyes de mercado, y que en el mundo social debe ser constreñido, compulsado por sus necesidades, las cuales son bien manejadas por sus sicofantes, los sacerdotes de la publicidad.
Para la consecución de este fin al cual denomina comunismo, es necesario un proceso previo de avance científico y técnico que permita al hombre adquirir conciencia certera de la naturaleza y que le permita sacarle partido a sus potencialidades. Este avance ya está en proceso vertiginoso de aceleración desde la revolución industrial, que es la primera y más permanente aplicación de la ciencia moderna a la actividad productiva.
Por otro lado, aboga por un hombre que tenga conciencia de las circunstancias, por un hombre multidimensional, y no el unidimensional del que habla H. Marcuse a propósito del consumidor-trabajador.
[1] III Tesis sobre Feuerbach, Carlos Marx, Apéndice de “Ludwig Feuerbach y el fin de la Filosofía clásica Alemana”, Federico Engels, Ediciones en lenguas Extranjeras, Moscú, URSS.
[2] Hasta hace poco esto siquiera fue efectivamente respetado, a través del sufragio censitario, la prohibición para la mujer de votar, ilegalización de agrupaciones políticas proletarias, prácticas de cohecho, Golpes de Estado a gobiernos democráticos y socialistas, etc.
[3] Recordemos que gran parte de los “ilustrados” franceses eran como Voltaire deterministas y como Diderot mecanicistas.
[4] William Shakespeare, Timón de Atenas, , Editorial Planeta, impreso por Rodesa, Madrid España, 2000.
[5] Carlos Marx, Manuscritos económico-filosóficos, apéndice de “Marx y su concepto del hombre”, Erich Fromm, primera edición en español 1962, decimonona reimpresión 2005, traducción de Julieta Campos, Fondo de Cultura Económica, México.