martes, 20 de noviembre de 2007

Escuela de Derecho como escuela de cuadros

Por Moisés Escobar

“El humo se pasea como un fantasma que recorre los recovecos y esquinas de la universidad, se impregna en paredes y estatuas como la peste, estas se ensombrecen y con ellas, los rostros marchitos y ojerosos de quinientas criaturas agobiadas”

Desde sus orígenes, la universidad ha sido una institución abocada a la formación de sujetos con conocimientos complejos, un centro de difusión, conservación y generación del tipo de saber inspirador, informante y justificante de la cultura hegemónica. De por sí, la universidad cumple una función reaccionaria, es un instrumento de reproducción de las condiciones materiales e ideológicas actuales. La crítica y la acción, la fuerza impulsora y dinamizadora proviene de los estudiantes -y de unos pocos maestros-, en teoría, pero ya no hay nada que se le parezca, al menos en este palacete de diez mil mosaicos. Las puertas se han cerrado, el ágora está clausurado, hay que hacer política según el pensamiento único, los cambios solo pueden atisbarse desde la óptica de “las nobles prácticas”, hay que aventurarse solo a pequeñas osadías, una que otra revista, una que otra actividad, uno que otro seminario complementan la lista de oportunidades, pero de ahí a poner en peligro y en juicio la mismísima misión que cumple nuestra escuela, hay todo un mar por recorrer hasta Ítaca.
Futuros fiscales, magistrados de judicatura, abogados de toda índole, altos y bajos funcionarios de la administración, políticos profesionales, y uno que otro profesor que conserve la tradición, una caudalosa cascada de cuadros, de piezas de relojería, de engranajes, caen en la laguna turquesa de día, negra de noche, listos y preparados para aplicar sus conocimientos jurídico-políticos e ideológicos, aprendidos en la universidad, en los asientos de cuero, cuerina o simple madera, desde los cuales simples o complejas ordenes se convierten en decisiones, y las piezas de un tablero de ajedrez se moverán racional e inteligentemente.
Desde que entramos hasta que salimos, nos encontramos con asignaturas, materias y profesores, cuyo contenido y preocupación, cuya prima esencia reside en formaros dentro de esta estructura de ideologías dominantes, y para agregar más estiércol al suelo, estamos sometidos a un sistema de calificaciones en las que se prueban si éstas fueron aprendidas por el alumno o no. Es decir, un sistema de reglas y de sanciones predispuesto a juzgar si el estudiante introyectó, asumió para sí aquellos contenidos con ineludible contenido ideológico-político. Acá no critico el ineludible contenido, este siempre estará presente en cualquier saber humano, incluso las llamadas ciencias puras no escapan de cierta ética, de ciertos criterios de valoración y por ende, de determinadas concepciones más o menos sistemáticas de concebir a los hombres, inevitablemente políticas, tales como la eficacia, el egoísmo y la utilidad en la economía. Lo que para mí es deleznable, es que no hiciéramos algo para resistir esta avalancha, y que el rol crítico de los estudiantes, de la juventud, hacia las instituciones y las ideologías, haya sido groseramente vendido por un poco más de tranquilidad y de goce, por una mínima concesión hemos perdido el alma del universitario, y nuevamente el viejo y ya insano humo vuelve a enhollinarla.
Manuel de Rivacoba nos decía en su tiempo a los jóvenes que somos el alma de la universidad, y esto según mi parecer dice relación con que somos una entre tantas fuerzas progresivas catalizadoras de cambios, pues en nosotros confluyen dos elementos que por muchas épocas de la historia han estado divorciados; por un lado, el acceso al conocimiento y a los sistemas interpretativos de la realidad, y por el otro, ser un grupo ignorado, no considerado por la cultura dominante, necesitado y por ende, rebelde. Insitos en el se encuentran los elementos cognoscitivos y volitivos, substratos explosivos para demoler una forma de sociedad que nos excluye y de la cual no nos sentimos partícipes en sí, sino como meras piezas funcionales.
La teoría crítica en nuestras manos, no es una amenaza y un peligro para la conservación del statu quo, de hecho nos es enseñada de manera descriptiva, o más bien, despectiva y es por ello que no se hace necesario mantenernos extraños a ésta, basta simplemente con mantenernos advertidos. Si conocer la teoría crítica es ya un desafío, generar acciones inspiradas en ésta causa pavor en la elite académica y económica, especialmente cuando éstas se realizan y confirman en su valuarte institucional, la universidad. Sin embargo cuando los estudiantes salen de la universidad, toda esta amalgama de conocimientos políticos adquiridos no tanto por la formación oficial, sino más bien por las prácticas en organizaciones de izquierda, se pierde progresivamente al ingresar al sistema de administración y de coerción estatal, así como aquellas sin esa índole, pero funcionales al régimen hegemónico de organización social, y por ende, político y cultural. ¿Qué les podemos pedir a personas que han ingresado a la universidad con el único horizonte de ser buenos jueces, buenos fiscales, buenos oficinistas? Abandonar la carrera está fuera de discusión, no es una opción, no estaríamos charlando sobre el rol de las escuelas de derecho, diríamos todos “iros a filosofía!!”
La pregunta adecuada es la siguiente, ¿Cómo preservar nuestra posición de ciudadanos críticos y activos, en otra palabra, revolucionarios, dentro de un aparato que demanda fuerza de trabajo leguleya cada día más proletarizada, es decir, menos autónoma y donde la posibilidad de realizar proyectos independientes e inclusive contrarios a ese sistema, se ven amenazados? Labor primordial e imperativo para la acción consiste en denunciar, tal como lo hizo el profesor Rivacoba, la orientación política que envuelve toda actividad jurídica, ya sea su producción, interpretación (ius dicere) , aplicación y más aún, su enseñanza (ius docere).
El problema ya se ha planteado en generaciones pasadas, así los jóvenes franceses ante la revolución que paralizó el país galo en 1968, en palabras de Michel Foucault, destruyeron la universidad del siglo XIX, y dieron paso a la universidad del siglo XX y XXI, es decir, el proceso de una institución que filtraba ciertos elementos de la juventud para transformarla en una elite intelectual, a una que masifica el acceso al saber oficial y genera un ejercito permanente de cuadros técnico-profesionales, intelectuales pertenecientes a la orgánica estatal y funcionarios varios para la administración del poder privado y público. En esta lógica, en este nuevo orden, nosotros los estudiantes de derecho nos situamos. La universidad se transformó según los requerimientos de una naciente fase de desarrollo del capitalismo como modo de producción, distribución e intercambio y, forzosamente como sistema de organización social y político, esquema al cual ésta pertenece. El surgimiento y reconocimiento legal de universidades privadas, el proceso de transformación de la política de los estudiantes a la monolítica de los alumnos, el mantenimiento y perfeccionamiento de la estructura vertical de transmisión del saber, todos estos “hechos” pueden explicarse si son concatenados y relacionados con el devenir del sistema social.
Lo principal que nos reúne en esta charla mediada por un papel, no es el planteamiento racional del problema, hay personas para mi conocidas que lo harían mejor, no cabe duda alguna. Lo perentorio consiste en su superación.
El arma de la crítica no puede sustituir ni superar la crítica por las armas…. nos decía en 1842 Marx en su Crítica a La Filosofía del Derecho de Hegel, con este pasaje el joven pensador renano intenta superar la crítica teórica, la mera crítica académica, pues ésta sólo puede transformarse en una fuerza que cambie en el presente y para el futuro una sociedad, si la teoría se hace praxis. La crítica teórica tiene fuerza histórica en cuanto exista una fuerza material, un grupo humano, una clase de hombres que se empodere de ella. No hay teoría sin praxis ni praxis sin teoría.
Pienso que como personas de izquierda debemos actuar como tales, generando una crítica que se supere como práctica política, o mejor dicho, adoptando una práctica crítica transformadora tanto de las instituciones como de las ideologías. Esta labor en nuestra carrera se ve en parte facilitada por el conocimiento que tenemos de la superestructura jurídico-política, pero al mismo tiempo, esta forma de saber en algunos entorpece una labor revolucionaria, pues el régimen interno de materias es de suma exigencia, y demanda tiempo y dedicación por parte de nosotros.
La carrera nos entrega valiosos elementos, nos informa de la estructura jurídica de nuestra sociedad, y en fin, nos desvela los engranajes y piezas en las que ésta se sostiene, como un reloj sincronizado. Urge rescatar este conocimiento, esta forma de saber, y utilizarlo como herramienta de crítica y práctica política. Sólo así contribuiremos a los fines que nos exigen las más altas aspiraciones del hombre, la destrucción la sociedad de clases, el fin de la explotación del hombre por el hombre, la más absoluta libertad para crear y desplegar las fuerzas humanas, fuera de toda coerción externa y de toda opresión.
El individuo está siempre sometido a lo largo de su existencia a una gran variedad de elecciones, pero no hay más importante, que aquella en que optamos por la posición a ocupar en la historia, a fin de cuentas, cual va a ser el concepto del hombre que queremos generar para el porvenir, y en ésta, hay sólo dos alternativas; O trabajamos por cambiar su curso, o nos quedamos sentados en el living esperando el inevitable ocaso. Es decir, para ser reaccionario, basta con mantener la conducta esperada dentro del marco fijado por las clases dominantes. El quietismo es el sentido común, la religión natural de la sociedad burguesa, la filosofía del pueblo, la conducta que esperan de nosotros. Tras este aparente y autónomo sentido común, a modo de fondo velado por una cortina, se hallan las distintas superestructuras, los sistemas jurídico-políticos, las religiones oficiales, los complejos sistemas filosóficos, en otras palabras, la totalidad de ideologías dominantes que están divorciadas del pueblo todo, y al ser incomprensibles para éste, se traducen para "la masa" bajo la forma de coerciones del poder estatal, "usos sociales", patrones de conducta, reglas de familia y sentido común. Y tras este muro, fundándolas, están las relaciones de poder entre los diversos grupos, relaciones y grupos que se hallan condicionadas en su existencia y conflicto por un determinado modo de producción, superable sólo por la acción concreta de aquellos sobre cuya espalda otros disfrutan y explotan.
Frases solo combaten y eliminan frases. Sólo con hechos se cambian y eliminan hechos, realidades concretas.
Por ello es engañosa la ideología de los héroes, y tan conveniente les es a los canales de televisión, dependientes de las finanzas empresariales, mostrar la imagen al pueblo de que ellos fueran los gestores de la historia, excluyendo al nuevamente detestado y engañado pueblo, induciendo el quietismo en sus conductas, adoptando la falsa conciencia de que ellos, como “gente común” no son capaces de hacer por sí mismos la historia, de hacer ellos mismos su vida, y que tendrán que esperar la tutela moral y política de los héroes, de los líderes.

1 comentario:

Unknown dijo...

Notable el texto, me llamó mucho la atención francamente y de hecho, el tema que trata ha sido tema de conversación en los patios de la escuela en innumerables oportunidades.
Felicidades por el blog, es una notable decisión.

Daniel Muñoz.